jueves, 9 de junio de 2016

EL CONOCIMIENTO

EL CONOCIMIENTO



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El conocimiento lo iniciamos a fines del siglo y antes de Cristo vivió en Sicilia un filósofo griego llamado Gorgias de Leontino. De él se dice que sentó y defendió hábilmente las tres tesis siguientes: 1ª. Nada existe. 2ª. Si existe algo, no lo podemos conocer. 3ª. Supuesto que existiera algo y pudiéramos conocer, no lo podríamos comunicar a los otros. No es del todo seguro que Gorgias mismo tomara en serio estas afirmaciones. Hay eruditos que dicen tratarse sólo de una broma. Lo cierto es que de él se nos han transmitido estas tesis, y desde entonces, es decir, desde hace veinticuatro siglos, se nos ponen delante como una invitación a la reflexión. Personalmente, opino que hay que tomar en serio esta invitación, por muy monstruosas o raras que tales tesis nos parezcan. Yo iría aún más lejos. Yo diría que apenas habrá un hombre que, por lo menos en algún momento de su vida, no se haya planteado esas tres mismas cuestiones. Si ustedes no lo han hecho todavía, es verosímil que lo hagan cualquier día. Así, con toda certeza, las tesis gorgianas son tesis importantes. Realmente, pudiera pensarse que tales dudas escépticas son puro juego sin importancia real para la vida. Pero no es así. Porque, para quien aceptara estas tesis, desaparecería toda la seriedad de la vida. Todo sería para él fantasmagoría y engaño. Con ello desaparecería también toda diferencia entre lo verdadero y lo falso, entre lo recto y lo torcido, entre el bien y el mal. Se trata de un asunto serio. A ello se añade que no faltan en modo alguno razones que abogan por Gorgias y contra nuestra ordinaria certeza de que existen las cosas y son conocibles. Bien estará, pues, que nos planteemos esas cuestiones con claridad y tratemos de resolverlas. Hoy invito a ustedes a una meditación sobre ellas. Dos mil años después de Gorgias, otro filósofo, el francés René Descartes, hizo por su cuenta una medi­tación pareja. Acaso lo mejor sea seguirle, por lo menos en la exposición de las razones para dudar. Notamos, pues, siguiendo a Descartes, que nuestros sentidos nos engañan con harta frecuencia. Una torre rectangular se nos presenta, de lejos, como redonda. A veces creemos ver u oír algo que realmente no existe. A un enfermo le saben a veces amargos los alimentos dulces. Todo esto son hechos notorios. A esto se añaden los sueños, y con frecuencia, durante ellos, creemos estar ciertos de que el sueño es realidad. Ahora bien, ¿cómo saber que en este momento no es­tamos también soñando? En este momento creo yo que esta mesa y este micrófono y estas claras lámparas en torno mío son reales. Pero ¿y si fueran un sueño? Alguno pudiera objetar que por lo menos está cierto de que tiene pies y manos. Sin embargo, tampoco esto es tan cierto como parece. Efectivamente, personas que han perdido un pie o una mano cuentan que, mucho tiempo después de la amputación, sienten aún vivos dolores en el miembro que ya no poseen. Y la ciencia moderna nos ofrece muchos otros ejemplos por el estilo. Así, sabemos por la psicología que con un golpe en el ojo del paciente se le hace ver una luz que no existe. Parece, pues, seguirse que todo lo que nos rodea, incluso nuestro propio cuerpo, puede ser una ilusión o un sueño.
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El cocimiento en fin es un don que nos ayuda en muchas circunstancias de la vida y nos da el conocimiento de conocer lo que no sabemos.

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